Todos los carriles de la autovía estaban abarrotados, cuatro interminables hileras de vehículos. Acelerones, frenazos y pitidos para sólo avanzar unos metros.
Marta odiaba esta situación, por las mañanas procuraba llegar con media hora de antelación al trabajo para salir y evitar las coincidencias en la hora punta.
Volvió a meter primera exasperada no pasó de la segunda para detenerse cincuenta metros más allá.
Hoy había salido más tarde solo para hacerse la encontradiza en el ascensor con Julián y tener una excusa para invitarle a su fiesta de cumpleaños que pensaba celebrar en su apartamento; si el atasco lo permitía pensó fastidiada mirando el reloj. Apoyó el codo en el marco de la ventanilla y la frente sobre la mano. No había merecido la pena perder esa preciosa media hora para encontrase ahora así, Julián, uno de los ejecutivos de la empresa en la que trabajaba y por el que bebía los vientos no tenía ojos más que para la nueva secretaria del jefe, como todos los hombres de la oficina desde hacía dos semanas que Maira, alta, tipazo, pelo rubio oscuro, ojazos y sonrisa de anuncio hizo su aparición. El elenco masculino incluido el jefe se dedicaba a babear por las esquinas tras ella.
Antes de su llegada había conseguido captar la atención de Julián. No habían quedado para salir pero notaba que ella le atraía. Pasaba a buscarla para desayunar y la había invitado a algún que otro almuerzo en la cafetería cercana a la oficina. Habría jurado que si Maira no hubiese aparecido estaba a punto de pedirle una cita pero Julián era uno de los pocos solteros y por su posición y atractivo quizá el único con posibilidades ante semejante pieza y él lo sabía.
Las dos últimas semanas la había ignorado.
Hoy había decidido agotar el último cartucho, se quedó más tarde para coincidir con él en la salida. Todo inútil, él amablemente declinó la invitación a su fiesta, había conseguido después de mucho perseguirla una cita para tomar una copa con Maira. Mientras le hablaba se repasaba en el espejo del ascensor, hasta tuvo la desfachatez de preguntar si la corbata que había elegido le iba bien con la camisa.
Se llamó idiota, los últimos meses soñando con ese hombre y ahora en la autovía atrapada por culpa de un intento que no había conducido a nada mientras Alicia, amiga y compañera de piso se estaría desesperando con todos los preparativos de la fiesta programada para dos horas después.
Vio una salida unos metros más allá, no era la suya y la iba a obligar a callejear bastante pero si seguía el ritmo de la caravana se le echaba el tiempo encima.
Cuando volvió a moverse, puso el intermitente y se desvió saliendo a una barriada de las afueras. No conocía el lugar pero solo tendría que intentar seguir las calles hacia el norte, buscar un camino que la condujese al centro de la ciudad.
Un par de manzanas recorridas le indicó que era un lugar poco recomendable, edificios de más de treinta años, de los de protección oficial, tendederos en las ventanas, calles sucias y tipos de aspecto dudoso en algunas esquinas. Pisó el acelerador intentando encontrar una calle que la sacara de allí. Delante de un solar aminoró la marcha, tres chicos de unos veinte años parecían acosar a una vagabunda que se le antojó gitana. Detuvo el coche, en efecto, uno de ellos derribó en ese momento a la mujer intentando patearla, los otros dos le incitaban sin dejar de reír. La pobre mujer intentaba alejarlos increpándoles sin éxito.
Gritó desde el vehículo que la dejarán en paz y solo recibió improperios y amenazas de los jóvenes. Indignada bajó del coche y caminó decidida hacia el grupo. Al llegar a su altura repitió la orden, el más agresivo vino hacia ella con intenciones inequívocas. Lo esperaba, en segundos dio con sus huesos en el suelo tras una llave de Marta que le golpeó con el pie en el estómago dejándole aullando de dolor; los otros dos, en principio desconcertados hicieron un amago de acudir en ayuda de su amigo pero el gesto en actitud de ataque que implicaba conocimiento de artes marciales de Marta les disuadió; ayudaron al otro a levantarse del suelo donde aún continuaba retorciéndose y sin dejar de insultarla se alejaron calle abajo.
- ¿ Se encuentra bien? – preguntó ayudando a la mujer a incorporarse, ésta contestó afirmativamente en español con acento extranjero, le pareció rumano.
Vista de cerca no era tan mayor como le había parecido en principio. Las greñas de su pelo largo mal recogido en un moño ahora deshecho le había dado esa impresión.
- Gracias, has sido muy amable, no todo el mundo tiene el gesto que acabas de hacer – respondió ella sacudiéndose el polvo y se inclinó a recoger objetos esparcidos por el suelo, Marta la ayudó a introducirlos en una gran bolsa.
- No he hecho nada, además soy cinturón negro. Le aseguro que pese al rechazo que esos gamberros me provocan nunca me hubiese atrevido a salir del coche si no supiese defenderme y llamar a la policía no la habría librado de un mal rato.
- Entonces ha sido una doble suerte para mí – contestó la mujer sonriendo.
Al mirarla de frente, Marta le calculó unos cincuenta y tantos y pese a sus vestimentas, su tez era clara y limpia. Poseía unos ojos grandes y expresivos de un gris verdoso y su expresión una dignidad que no coincidían con su apariencia. Pensó para sí que era extraño, la cara y la forma de mirar no concordaban con una vagabunda. Quizá las circunstancias la habían conducido a esta situación. Se encogió de hombros recordando la fiesta.
- ¿ Quiere que la acerque a un lugar más seguro? Tengo prisa y los gamberros podrían volver.
La mujer le devolvió una sonrisa amable.
- Gracias pero no vivo lejos. Llegaré bien.
- En ese caso me marcho.
- Espera – la mujer la hizo volverse – Quiero darte algo para agradecer lo que has hecho.
- No tiene que darme nada, ya le he dicho que detesto a ese tipo de gente que goza haciendo daño para divertirse.
- Ha sido una buena acción y es justo recompensarte por ello – buscó en su bolsa y sacó algo envuelto en papel de seda blanco, extendió la mano y Marta indecisa lo tomó en las suyas.
No le interesaba nada de lo que la mujer pudiera darle pero tampoco quería ofenderla rechazándolo. Quitó el papel de seda y descubrió una pequeña figura que representaba a un cupido. Estaba primorosamente trabajada en lo que parecía porcelana y tuvo la impresión de que era valiosa. Ignoraba de donde la había sacado una mujer con ese aspecto y en la situación en que se encontraba, quizá era una de las pocas cosas que le quedaba de mejores tiempos.
- Esto parece de valor – volvió a tender la figura hacia la mujer – No puedo aceptarla.
- Por favor, te ruego que la aceptes. Me sentiré honrada si lo haces.
- Esta bien – Marta volvió a envolver la figura e hizo ademán de marcharse.
- Espera – la detuvo de nuevo la extraña mujer – Esa figura representa al dios Eros, poderoso y temido en el Olimpo. Disparaba sus flechas tanto a dioses como a hombres. Nunca podías fiarte de él debido a sus caprichos cuando le hacías una petición, si le dabas oportunidad actuaba por su cuenta, pero si sabes manejarle te servirá bien.
Marta miró a la mujer que había ayudado desconcertada, respondió con una sonrisa de circunstancias.
- Colócala en una habitación donde solo estés tu y la persona que quieres atraer – continuó la mujer – Nunca entre un grupo, si le dejas, será él quien haga la elección.
Para Marta estaba claro que estaba mal de la cabeza pero se le hacia tarde y Alicia estaría desesperándose ante su tardanza. Puso fin a la conversación diciéndola que lo tendría en cuenta, agradeció el regalo y caminó hacia su coche para alejarse después calle abajo.
Continuará...
Mariant Iberi.