sábado, 1 de marzo de 2014

La esperanza de Awii



 Nala alzó la mano para despedir a Awii subido en el destartalado autobús que cada mañana le conducía a la escuela de la misión.
Volvió sobre sus pasos hacia la vieja cabaña, quedó parada unos instantes y pensó que necesitaba arreglos urgentes, las paredes amenazaban desmoronarse.
Mientras se afanaba en la limpieza no podía dejar de pensar en la conversación de Awii durante el desayuno, un vaso de leche recién ordeñado de la única cabra que poseían, donación de una ONG y un trozo de pan sin fermentar.
Todas sus posesiones se limitaban a esa cabra y a lo poco que ganaba con la venta de la leche, eso y el reparto de víveres que de vez en cuando aportaba la ONU, pero Nala estaba contenta, otros estaban peor.
Le preocupaba Awii, era la única familia que le quedaba. Su marido y su hijo mayor fueron alistados a la fuerza hacia cinco años y habían muerto.
Sejé, su hijo de quince años salió hacia tres buscando un futuro hacia el Norte, hacia la tierra de la abundancia.
Tres meses atrás, uno de los amigos que se fue con él volvió. Él consiguió sobrevivir a la travesía pero fue deportado. Vio hundirse en el agua a Sejé intentando alcanzar la costa.
Nala no quería más desgracias y se aferraba al pequeño Awii temiendo que pudiera seguir los pasos de su hermano.
Esos sueños no eran buenos. Apartó las dos únicas sillas que costituían su mobiliario para pasar la escoba sin dejar de pensar en el último que le había relatado Awii esa mañana. Se veía volando sobre un inmenso campo de trigo verde, más allá frutales en flor y a lo lejos una casa acogedora de blanca fachada.
- Son solo sueños Awii - volvió a repetirle como cada vez que le contaba una de sus fantasías.
Nala lamentaba intentar refrenar la imaginación de su pequeño de ocho años, pero le angustiaba la idea de que más adelante quisiera seguir los pasos de Sejé. El contenido de los sueños de su hijo solo podía encontrarse al norte, al otro lado del mar y las ilusiones oníricas podían terminar lanzándole a él también a la desesperada escapada de la realidad que tenían.
Vakaga situada entre Chad y Sudán soportaba la entrada de refugiados complicando aún más la situación, pero Nala, con todo se consideraba afortunada pese a la escasez, Awii podía acudir a la escuela de la misión y varias organizaciones operaban en la zona.
Era importante que Awii supiese leer y escribir. Si adquiría estudios podía tener una oportunidad en el futuro de la República Centroafricana. Sabía de la desesperación de otros. Ellos al menos, subsistían.
- No son sueños, mami - le explicó Awii mientras mordisqueaba el pan - Descendí hasta el campo y arranqué varias espigas verdes junto con flores para ti.
- Debes quitarte Europa de la cabeza, tu hermano murió intentando alcanzar ese sueño - le regañó severa.
- Pero no era Europa - le había explicado con una amplia sonrisa su hijo - Era este lugar, reconocí las montañas.
- Acaba la leche, el autobús está a punto de llegar.
Terminó la limpieza de la pequeña pieza que hacía las veces de comedor y cocina y alzó la cortina que lo separaba del compartimento donde dormía Awii, levantó la colcha con intención de estirarla y un escalofrío le recorrió la espalda, temblorosa alargó la mano y levantó sin poder ceer lo que veía, un ramillete formado por varias espigas de trigo verde y flores silvestres.


Mariant Iberi.



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