Perdida, agotada en la rutina que ahoga, que te corta el aire en la garganta y las lágrimas secas en hastío sin fuerzas para brotar, niegan el consuelo de ser vertidas buscando un escape, un mísero consuelo.
Insultos solapados unos a otros, cada día. Duelen las palabras aunque no broten grabadas en la memoria por repetidas.
Asquean sus disculpas, sus palabras de amor ofenden más que su violencia.
Son heridas que se suman a las otras, tan reiteradas, sin tiempo para cicatrizar.
El juego de poder, de propiedad sumisa donde nada vale ya, si hablas golpes, si callas golpes. Cuando toca, toca.
Ya has caído, ni súplicas, ni arrastrarte te pone a salvo. Tu no puedes más y él no conoce límites.
Tu relato me araña el alma por angustioso y opresivo.
¿ Que te digo?
Si aún ahora que has tenido la fuerza de hablar, rota la tiranía del silencio intentas justificar sus mezquindad, su alma pobre llagada de pura maldad.
Te aisló para someterte, te cercó haciéndote dependiente. Te dejó inerte ante sus vejaciones, sin metas, sin rumbo. A la deriva está tu vida.
Me ofende como mujer que argumentes. Mal, muy mal estas si me das razones. Ha esclavizado tu espíritu, pero si lo estas contando has tocado fondo e inconsciente pides ayuda.
Ya solo queda una salida.
¿ Porqué dices que si te marchas vas a perder tu vida?
¿De qué vida hablas?
¿Qué tendrás?
Noches sin miedo, calma en los días hasta que sanen tus heridas. Volver a encontrarte. Respirar sin terror sin contar los minutos en que se abrirá la puerta, dejar de rezar para que hoy venga bien. Dejar de entregar tu preciado amor al enemigo.
Expandir tus pulmones hasta que duelan de libertad. Recuperar la risa, la alegría amable del transcurrir de las horas con la ausencia de la agonía.
Abre la puerta y sal fuera.
Da portazo al infierno.
No hay nada que perder, ya no hay nada.
Mariant Iberi
domingo, 28 de marzo de 2010
sábado, 27 de marzo de 2010
HORA DEL PLANETA 27M 2O:30, 2010.
Otro año y cada vez se suman más a la hora del planeta.
Hay que colaborar, pasarlo a los blogs, a los amigos, familiares en el trabajo.
Cualquier medio es bueno para unirse.
Un pequeño esfuerzo, 1 hora para un gesto inmenso por este planeta nuestro.
27 de marzo a las 20´30 apaga las luces una hora.
Hay que colaborar, pasarlo a los blogs, a los amigos, familiares en el trabajo.
Cualquier medio es bueno para unirse.
Un pequeño esfuerzo, 1 hora para un gesto inmenso por este planeta nuestro.
27 de marzo a las 20´30 apaga las luces una hora.
No le falles al planeta.
¡¡¡Unete a este gesto!!!
lunes, 15 de marzo de 2010
Una apuesta de miedo.
Las líneas de la antigua mansión con aires de chateau rural se recortaron contra la luz de la luna, tétrica al dejar expuesta su aspecto ruinoso y decadente, más impresionante a medida que iban acercándose.
Uno de ellos miró atrás dudando, al grupo de cinco que les instaban con gestos a continuar. Trató de retroceder cuando llegaron al umbral, el compañero le sujetó junto a él.
Empujaron la pesada puerta de madera, apenas unos restos de pintura blanca dejaba ver el esplendor de otros tiempos. Chirrió al girar sobre sus goznes, el más adelantado encendió su linterna.
El haz de luz iluminó un amplio hall y flotando en el aire partículas de polvo y al fondo una escalera con la baranda tejida de telarañas.
La luz apuntó a la izquierda dos amplias puertas abiertas. El que iba en cabeza asió la chaqueta del más joven que retrocedía a la salida.
- Es ese, ese es el salón. Ahí le encontraron y es ahí donde pasaremos la noche. Vamos tío avanza y no seas cobarde.
No dijo nada, siguió al amigo. Tampoco hubiera podido decir palabra, llevaba las mandíbulas apretadas para que el otro no percibiera el castañeo de dientes.
La luz de la linterna se paseo por el salón, restos de algunos muebles y como recuerdo del señorío de la casa, una lámpara convertida en morada del arácnido que le prestaba el nombre.
El amigo señaló la chimenea del fondo, se sentarían cerca de ella a esperar el alba.
El más joven se arrebujó en su chaqueta subiendo el cuello y maldiciendo a quien tuvo la idea.
Había surgido esa tarde, al recordar la extraña muerte de un chico que magnetófono en mano se dispuso a grabar psicofonías en la antigua casa de la colina donde ya se encontró otro cadáver antes. Los más viejos afirmaban que el mal habitaba en esa casa. Mucha tragedia y dolor albergaban esas paredes. Advertían a los más jóvenes que nunca entrasen allí.
Esa advertencia fue para la pandilla más un incentivo que un impedimento.
Comenzó como broma, ¿ A que no eres capaz?.
Estúpido, se repetía por la chulería absurda que había secundado de su amigo.
El mayor mantenía la linterna encendida, moviéndola apuntando a los diferentes rincones. Las pilas no durarían mucho, busco en sus bolsillos la vela y las cerillas. No le dio tiempo, la linterna se apagó antes.
La sangre se acelerada en sus venas y el temblor de las manos le impedía encontrarlas. Notó el apremio en la voz del amigo, no era el único que estaba aterrado. Eso le confortó lo suficiente para sacar la vela y tras varios intentos fallidos lograr encenderla.
Se dijo con angustia que la pequeña luz empeoraba las cosas, las sombras ya no eran fijas, ahora se movían a merced de la llama provocando que dos pares de ojos asustados las siguieran en ese baile fantasmal.
Los dos jóvenes sentados en el suelo, el uno junto al otro, sumidos en sus pensamientos y sin hablar miraron la hora casi al unísono al oír la campanada de un reloj de pared, la una de la madrugada. Habían entrado a las doce.
Tardaron aún unos segundos en notar que algo no estaba bien. En esa casa abandonada desde hacia tantos años no podía haber un reloj funcionando.
- Vámonos de aquí – intentó levantarse el más joven.
- ¿Y ser la burla de los demás?. No, será un reloj antiguo que se habrá puesto en marcha. Tranquilízate, sólo tenemos que aguantar hasta el amanecer. Están ahí fuera, esperando que nos rajemos.
No pudo relatar en las sesiones nada más que fuera coherente, sonidos indescriptibles, formas que ya no procedían de la llama.
Intentaron escapar y al levantarse apagaron la vela. Podía distinguir la luz de la luna a través de los ventanales, quisieron alcanzarlos. Manos que sujetaban, que arañaban la piel.
Intentó localizar a su amigo, le llamaba en la oscuridad donde sólo distinguía sombras. En algún momento le pareció que se debatía entre ellas.
Los cinco de fuera esperaban sentados en los resto de lo que fue un muro, una serie de alaridos rompió la noche y les heló la sangre, después silencio.
Salieron corriendo en un primer momento, luego se reagruparon.
Tenían que hacer algo, decía alguno mientras no dejaba de mirar a la casa que iluminada por una luna más alta ahora, silenciosa parecía desafiarles.
Más de una hora de discusión y la negativa rotunda de todos a entrar en la casa en busca de los dos amigos. Otra hora y se decidió entre todos llamar a la policía.
La luz gris y fría del amanecer mostró el cuerpo ensangrentado del mayor cuando el servicio forense lo mostró a los padres angustiados que esperaban tras el cordón policial para el reconocimiento.
El más joven con los ojos perdidos, extraviados en el terror era introducido en una ambulancia.
La policía en principio pensó que el más joven llevado por un arrebato de locura había dado muerte al amigo. La posterior autopsia reveló que las heridas del difunto parecían hechas por alguna bestia salvaje, no encontraron restos de sangre en las manos o ropa del que había sobrevivido.
La policía nunca consiguió una declaración del chico. Fue internado en el hospital psiquiátrico sin llegar a superar el trauma de esa noche.
El misterio de una muerte que nunca quedó aclarado, pasó al historial negro que la casa ya poseía.
Un desafío al mal.
Una vida de diecinueve años y una mente de dieciocho condenada de por vida.
Una apuesta.
Uno de ellos miró atrás dudando, al grupo de cinco que les instaban con gestos a continuar. Trató de retroceder cuando llegaron al umbral, el compañero le sujetó junto a él.
Empujaron la pesada puerta de madera, apenas unos restos de pintura blanca dejaba ver el esplendor de otros tiempos. Chirrió al girar sobre sus goznes, el más adelantado encendió su linterna.
El haz de luz iluminó un amplio hall y flotando en el aire partículas de polvo y al fondo una escalera con la baranda tejida de telarañas.
La luz apuntó a la izquierda dos amplias puertas abiertas. El que iba en cabeza asió la chaqueta del más joven que retrocedía a la salida.
- Es ese, ese es el salón. Ahí le encontraron y es ahí donde pasaremos la noche. Vamos tío avanza y no seas cobarde.
No dijo nada, siguió al amigo. Tampoco hubiera podido decir palabra, llevaba las mandíbulas apretadas para que el otro no percibiera el castañeo de dientes.
La luz de la linterna se paseo por el salón, restos de algunos muebles y como recuerdo del señorío de la casa, una lámpara convertida en morada del arácnido que le prestaba el nombre.
El amigo señaló la chimenea del fondo, se sentarían cerca de ella a esperar el alba.
El más joven se arrebujó en su chaqueta subiendo el cuello y maldiciendo a quien tuvo la idea.
Había surgido esa tarde, al recordar la extraña muerte de un chico que magnetófono en mano se dispuso a grabar psicofonías en la antigua casa de la colina donde ya se encontró otro cadáver antes. Los más viejos afirmaban que el mal habitaba en esa casa. Mucha tragedia y dolor albergaban esas paredes. Advertían a los más jóvenes que nunca entrasen allí.
Esa advertencia fue para la pandilla más un incentivo que un impedimento.
Comenzó como broma, ¿ A que no eres capaz?.
Estúpido, se repetía por la chulería absurda que había secundado de su amigo.
El mayor mantenía la linterna encendida, moviéndola apuntando a los diferentes rincones. Las pilas no durarían mucho, busco en sus bolsillos la vela y las cerillas. No le dio tiempo, la linterna se apagó antes.
La sangre se acelerada en sus venas y el temblor de las manos le impedía encontrarlas. Notó el apremio en la voz del amigo, no era el único que estaba aterrado. Eso le confortó lo suficiente para sacar la vela y tras varios intentos fallidos lograr encenderla.
Se dijo con angustia que la pequeña luz empeoraba las cosas, las sombras ya no eran fijas, ahora se movían a merced de la llama provocando que dos pares de ojos asustados las siguieran en ese baile fantasmal.
Los dos jóvenes sentados en el suelo, el uno junto al otro, sumidos en sus pensamientos y sin hablar miraron la hora casi al unísono al oír la campanada de un reloj de pared, la una de la madrugada. Habían entrado a las doce.
Tardaron aún unos segundos en notar que algo no estaba bien. En esa casa abandonada desde hacia tantos años no podía haber un reloj funcionando.
- Vámonos de aquí – intentó levantarse el más joven.
- ¿Y ser la burla de los demás?. No, será un reloj antiguo que se habrá puesto en marcha. Tranquilízate, sólo tenemos que aguantar hasta el amanecer. Están ahí fuera, esperando que nos rajemos.
No pudo relatar en las sesiones nada más que fuera coherente, sonidos indescriptibles, formas que ya no procedían de la llama.
Intentaron escapar y al levantarse apagaron la vela. Podía distinguir la luz de la luna a través de los ventanales, quisieron alcanzarlos. Manos que sujetaban, que arañaban la piel.
Intentó localizar a su amigo, le llamaba en la oscuridad donde sólo distinguía sombras. En algún momento le pareció que se debatía entre ellas.
Los cinco de fuera esperaban sentados en los resto de lo que fue un muro, una serie de alaridos rompió la noche y les heló la sangre, después silencio.
Salieron corriendo en un primer momento, luego se reagruparon.
Tenían que hacer algo, decía alguno mientras no dejaba de mirar a la casa que iluminada por una luna más alta ahora, silenciosa parecía desafiarles.
Más de una hora de discusión y la negativa rotunda de todos a entrar en la casa en busca de los dos amigos. Otra hora y se decidió entre todos llamar a la policía.
La luz gris y fría del amanecer mostró el cuerpo ensangrentado del mayor cuando el servicio forense lo mostró a los padres angustiados que esperaban tras el cordón policial para el reconocimiento.
El más joven con los ojos perdidos, extraviados en el terror era introducido en una ambulancia.
La policía en principio pensó que el más joven llevado por un arrebato de locura había dado muerte al amigo. La posterior autopsia reveló que las heridas del difunto parecían hechas por alguna bestia salvaje, no encontraron restos de sangre en las manos o ropa del que había sobrevivido.
La policía nunca consiguió una declaración del chico. Fue internado en el hospital psiquiátrico sin llegar a superar el trauma de esa noche.
El misterio de una muerte que nunca quedó aclarado, pasó al historial negro que la casa ya poseía.
Un desafío al mal.
Una vida de diecinueve años y una mente de dieciocho condenada de por vida.
Una apuesta.
lunes, 8 de marzo de 2010
¿ La felicidad?
La felicidad?
Fue una alegría su visita después de días postrada por la fiebre con la sola distracción de la televisión.
. – Espero no molestarte – me dijo tomando asiento.
. – Al contrario, tu presencia me libra del próximo documental, Como ha avanzado la tecnología bélica desde los comienzos del hombre hasta nuestros días. Acabo de ver uno sobre la evolución de las minas antipersona. Para hoy sería demasiado.
. – ¿Estas intentando perder la fe en el ser humano viendo esas cosas? Yo la perdería.
Recoloqué mi postura acomodándome mejor antes de responder con una sonrisa.
– Mi fe se suele ver reafirmada con eso. Es una prueba de cómo unos pocos con poder traen la desgracia a muchos arrastrándoles a la barbarie de la guerra, hoy en día además dirigida por burócratas perversos como prueba los últimos diseños en minas, son inteligentes, tremendamente destructivas y justificado su enorme presupuesto porque además pueden ser recogidas y usadas de nuevo. Muchos se enriquecen con las novedades en la industria de la muerte.
– ¿Y eso reafirma tu fe en el ser humano? No lo entiendo – respondió ella con un movimiento negativo de cabeza.
– Basta unos pocos hombres viles con poder para someter a la población inocente, perder la fe no seria justo, personas como tu y como yo sobre las que puede sobrevenir la desgracia por su culpa. Se trata de saber diferenciar. No somos como ellos y la mayoría de la humanidad tampoco.
Me observó con una sonrisa triste. Durante unos largos segundos permaneció en silencio.
– Admiró esa capacidad tuya para la felicidad y el optimismo – añadió.
. – ¿ Felicidad? – pregunté incrédula – Optimista si, positiva, lo intento siempre. La felicidad es un estado, el optimismo una actitud. Puedo modificar a través de la voluntad una actitud pero la felicidad es otra cosa. O eres feliz o no lo eres. Aunque puedes perseguirla.
– A mi siempre me pareces feliz. Pensaba que habías encontrado el secreto de ese estado. ¿ No eres feliz?.
– Tengo momentos felices como todo el mundo y por regla general percibo esa felicidad a tiempo pasado. Vuelvo la vista atrás y me digo en este o en aquel instante me sentí feliz. La felicidad a tiempo completo es una quimera y más aún con el diseño complejo de este mundo nuestro. Es un generador de insatisfacción. Quizá quien lleve una vida simple y sencilla pueda decir que es feliz y eso si permanece indiferente a las desgracias e injusticias que nos rodean
He oído y leído mucho sobre la felicidad, unos teorizan diciendo que es la jerarquía de la necesidades, la Pirámide de Maslow con sus cinco necesidades ascendentes fisiológicas, seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización. Según esa teoría a medida que vas ascendiendo hacia la cumbre de la pirámide el ser humano puede conseguir un grado de satisfacción que se puede considerar cercano a la felicidad, otras dicen que la felicidad es la búsqueda no la felicidad en si misma y otras que es la ausencia de miedo. En está última sería larga y complicada de explicar y se puede incluir a la felicidad las teorías sobre economía de Nassim N. Taleb cuando habla del azar y de las dificultades de previsión basándose en el pasado. No sólo en el marco económico todo puede dar un vuelco por cosas con las que no se contaba, en la vida más aún. Todo puede cambiar de un día para otro y estos imprevistos causan miedo. Hablaríamos en este caso de adaptabilidad. De nuevos planes según las circunstancias para continuar en esa onda.
– Jo...que lío.
Ahora fui yo la estuvo un tiempo en silencio observándola después de soltar todo ese rollo antes de preguntar.
– ¿Cuál es el problema? Estas tratando de decir algo.
– Quiero ser feliz.
– Toma y yo – no pude evitar la risa – Eso es algo que quieren todos.
– Me refiero a que cuando hablo contigo me voy animada, optimista. Es algo que dura varios días pero de pronto me levantó otro y me siento desgraciada, triste y todo alrededor es pesado y monótono aunque no hay una causa – puntualizó con gesto melancólico – Pero no veo nunca eso en ti. Pensaba que el estado en que te encuentro siempre era la felicidad, ahora dices que es una actitud. Quisiera tener esa actitud entonces. ¿ Cómo la consigo?.
– Menuda pregunta – respondí – No sé, esto depende mucho de la persona y en parte de su química. Al margen de una pérdida que lleva el inevitable duelo- tristeza durante un tiempo, aquí se trataría de personas que superados esos problemas o ausencia de ellos persiste en una actitud reincidente de tristeza.
– ¿Y que tiene que ver la química? –
– Mucho, la alegría genera endorfinas que nos hacen sentir bien y muchos investigadores creen que la depresión está causada por un desequilibrio entre la serotonina y la norepinefrina.
– Mariant, bonita – interrumpió desconcertada – sin demasiada erudición. Háblame como si fuera tonta.
– No eres tonta y yo demasiado pedante a veces y tienes razón, Albert Einstein dijo que había que hacer las cosas lo más simples posibles pero no más simples. Es un tema complejo, ya te he dicho antes que personas mejor preparadas e informadas que yo han escrito mucho sobre el tema. Yo puedo hablarte para simplificar de mi experiencia personal.
– Ya estamos llegando a alguna parte – hizo un aspavientos con las manos – eso es lo que quiero saber. Esa gente sabrá mucho pero yo quiero una experiencia practica. Tú has tenido desgracias y pérdidas y puede que no seas feliz porque según veo eso es un laberinto pero tienes una permanente actitud positiva y optimista. Hay que dejar de perseguir la felicidad por lo que dices y hay que ir a por la actitud.
– Pues no – la sorprendí con la respuesta – tengo esa actitud porque persigo la felicidad, hay que perseguirla siempre.
– Estupendo, ya me he perdido – y su comentario provocó mi carcajada.
– Quiero decir que estoy de acuerdo por mi experiencia personal con la teoría de que hay que fijarse como meta cosas que crees te pueden hacer feliz y teniendo la previsión de buscar otra cuando hayas alcanzado esa porque es entonces cuando descubrirás que eras feliz persiguiendo un sueño, una ilusión, una meta. Cuando llegas hay que fijar otra meta o te sentirás apática, incluso desgraciada porque ya no tienes nada porque luchar.
– Claro, ahora entiendo porque dices que la felicidad es una quimera – dijo afirmando con la cabeza.
– Como perseguir el Santo Grial. Y eso es lo que hago, persigo metas. Tengo momentos tristes, como todos pero la tristeza requiere tiempo y el tiempo es una lucha para mi. Hay tantas cosas que quiero hacer y tengo tan poco tiempo para realizarlas que no me permito perderlo. Al final es una cuestión de disciplina personal. En esas desgracias que has nombrado donde la tristeza era inevitable yo luchaba por salir de ahí y esto es válido para cuando te asalte a ti. No me abandonaba nunca al estado depresivo. Siempre estuvo presente las ganas de salir adelante, es posible que interviniese un buen equilibrio químico.
Salía a caminar, hacia deporte. Buscaba una actividad que alejara de mi mente pensamientos de angustia, muchas veces me venía un ataque de llanto que duraba unos minutos y me trazaba como meta dejar de hacerlo. Combatía la irritabilidad que conlleva el estado depresivo, me imponía la amabilidad y las formas. Escuchaba a la gente. Leía mucho, ampliar el umbral del conocimiento también me ayudó. Ahora es un mecanismo que funciona solo – suspiré mirándola – No sé que más podría decirte.
– Tengo metas y tengo sueños – respondió – En mi caso el problema también es el tiempo. El que puedo tardar en conseguir lo que persigo.
– Pues divide el camino en etapas, con pequeñas metas, si es necesario diarias.
Se incorporó para marcharse.
– Lo pondré en practica y ya te contaré – y mientras caminaba hacia la puerta – Vine a hacerte una visita por tu enfermedad y me llevo más de lo que traigo.
– Eso es discutible – la despedí sonriendo – Tu visita ha sido un instante feliz.
Fue una alegría su visita después de días postrada por la fiebre con la sola distracción de la televisión.
. – Espero no molestarte – me dijo tomando asiento.
. – Al contrario, tu presencia me libra del próximo documental, Como ha avanzado la tecnología bélica desde los comienzos del hombre hasta nuestros días. Acabo de ver uno sobre la evolución de las minas antipersona. Para hoy sería demasiado.
. – ¿Estas intentando perder la fe en el ser humano viendo esas cosas? Yo la perdería.
Recoloqué mi postura acomodándome mejor antes de responder con una sonrisa.
– Mi fe se suele ver reafirmada con eso. Es una prueba de cómo unos pocos con poder traen la desgracia a muchos arrastrándoles a la barbarie de la guerra, hoy en día además dirigida por burócratas perversos como prueba los últimos diseños en minas, son inteligentes, tremendamente destructivas y justificado su enorme presupuesto porque además pueden ser recogidas y usadas de nuevo. Muchos se enriquecen con las novedades en la industria de la muerte.
– ¿Y eso reafirma tu fe en el ser humano? No lo entiendo – respondió ella con un movimiento negativo de cabeza.
– Basta unos pocos hombres viles con poder para someter a la población inocente, perder la fe no seria justo, personas como tu y como yo sobre las que puede sobrevenir la desgracia por su culpa. Se trata de saber diferenciar. No somos como ellos y la mayoría de la humanidad tampoco.
Me observó con una sonrisa triste. Durante unos largos segundos permaneció en silencio.
– Admiró esa capacidad tuya para la felicidad y el optimismo – añadió.
. – ¿ Felicidad? – pregunté incrédula – Optimista si, positiva, lo intento siempre. La felicidad es un estado, el optimismo una actitud. Puedo modificar a través de la voluntad una actitud pero la felicidad es otra cosa. O eres feliz o no lo eres. Aunque puedes perseguirla.
– A mi siempre me pareces feliz. Pensaba que habías encontrado el secreto de ese estado. ¿ No eres feliz?.
– Tengo momentos felices como todo el mundo y por regla general percibo esa felicidad a tiempo pasado. Vuelvo la vista atrás y me digo en este o en aquel instante me sentí feliz. La felicidad a tiempo completo es una quimera y más aún con el diseño complejo de este mundo nuestro. Es un generador de insatisfacción. Quizá quien lleve una vida simple y sencilla pueda decir que es feliz y eso si permanece indiferente a las desgracias e injusticias que nos rodean
He oído y leído mucho sobre la felicidad, unos teorizan diciendo que es la jerarquía de la necesidades, la Pirámide de Maslow con sus cinco necesidades ascendentes fisiológicas, seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización. Según esa teoría a medida que vas ascendiendo hacia la cumbre de la pirámide el ser humano puede conseguir un grado de satisfacción que se puede considerar cercano a la felicidad, otras dicen que la felicidad es la búsqueda no la felicidad en si misma y otras que es la ausencia de miedo. En está última sería larga y complicada de explicar y se puede incluir a la felicidad las teorías sobre economía de Nassim N. Taleb cuando habla del azar y de las dificultades de previsión basándose en el pasado. No sólo en el marco económico todo puede dar un vuelco por cosas con las que no se contaba, en la vida más aún. Todo puede cambiar de un día para otro y estos imprevistos causan miedo. Hablaríamos en este caso de adaptabilidad. De nuevos planes según las circunstancias para continuar en esa onda.
– Jo...que lío.
Ahora fui yo la estuvo un tiempo en silencio observándola después de soltar todo ese rollo antes de preguntar.
– ¿Cuál es el problema? Estas tratando de decir algo.
– Quiero ser feliz.
– Toma y yo – no pude evitar la risa – Eso es algo que quieren todos.
– Me refiero a que cuando hablo contigo me voy animada, optimista. Es algo que dura varios días pero de pronto me levantó otro y me siento desgraciada, triste y todo alrededor es pesado y monótono aunque no hay una causa – puntualizó con gesto melancólico – Pero no veo nunca eso en ti. Pensaba que el estado en que te encuentro siempre era la felicidad, ahora dices que es una actitud. Quisiera tener esa actitud entonces. ¿ Cómo la consigo?.
– Menuda pregunta – respondí – No sé, esto depende mucho de la persona y en parte de su química. Al margen de una pérdida que lleva el inevitable duelo- tristeza durante un tiempo, aquí se trataría de personas que superados esos problemas o ausencia de ellos persiste en una actitud reincidente de tristeza.
– ¿Y que tiene que ver la química? –
– Mucho, la alegría genera endorfinas que nos hacen sentir bien y muchos investigadores creen que la depresión está causada por un desequilibrio entre la serotonina y la norepinefrina.
– Mariant, bonita – interrumpió desconcertada – sin demasiada erudición. Háblame como si fuera tonta.
– No eres tonta y yo demasiado pedante a veces y tienes razón, Albert Einstein dijo que había que hacer las cosas lo más simples posibles pero no más simples. Es un tema complejo, ya te he dicho antes que personas mejor preparadas e informadas que yo han escrito mucho sobre el tema. Yo puedo hablarte para simplificar de mi experiencia personal.
– Ya estamos llegando a alguna parte – hizo un aspavientos con las manos – eso es lo que quiero saber. Esa gente sabrá mucho pero yo quiero una experiencia practica. Tú has tenido desgracias y pérdidas y puede que no seas feliz porque según veo eso es un laberinto pero tienes una permanente actitud positiva y optimista. Hay que dejar de perseguir la felicidad por lo que dices y hay que ir a por la actitud.
– Pues no – la sorprendí con la respuesta – tengo esa actitud porque persigo la felicidad, hay que perseguirla siempre.
– Estupendo, ya me he perdido – y su comentario provocó mi carcajada.
– Quiero decir que estoy de acuerdo por mi experiencia personal con la teoría de que hay que fijarse como meta cosas que crees te pueden hacer feliz y teniendo la previsión de buscar otra cuando hayas alcanzado esa porque es entonces cuando descubrirás que eras feliz persiguiendo un sueño, una ilusión, una meta. Cuando llegas hay que fijar otra meta o te sentirás apática, incluso desgraciada porque ya no tienes nada porque luchar.
– Claro, ahora entiendo porque dices que la felicidad es una quimera – dijo afirmando con la cabeza.
– Como perseguir el Santo Grial. Y eso es lo que hago, persigo metas. Tengo momentos tristes, como todos pero la tristeza requiere tiempo y el tiempo es una lucha para mi. Hay tantas cosas que quiero hacer y tengo tan poco tiempo para realizarlas que no me permito perderlo. Al final es una cuestión de disciplina personal. En esas desgracias que has nombrado donde la tristeza era inevitable yo luchaba por salir de ahí y esto es válido para cuando te asalte a ti. No me abandonaba nunca al estado depresivo. Siempre estuvo presente las ganas de salir adelante, es posible que interviniese un buen equilibrio químico.
Salía a caminar, hacia deporte. Buscaba una actividad que alejara de mi mente pensamientos de angustia, muchas veces me venía un ataque de llanto que duraba unos minutos y me trazaba como meta dejar de hacerlo. Combatía la irritabilidad que conlleva el estado depresivo, me imponía la amabilidad y las formas. Escuchaba a la gente. Leía mucho, ampliar el umbral del conocimiento también me ayudó. Ahora es un mecanismo que funciona solo – suspiré mirándola – No sé que más podría decirte.
– Tengo metas y tengo sueños – respondió – En mi caso el problema también es el tiempo. El que puedo tardar en conseguir lo que persigo.
– Pues divide el camino en etapas, con pequeñas metas, si es necesario diarias.
Se incorporó para marcharse.
– Lo pondré en practica y ya te contaré – y mientras caminaba hacia la puerta – Vine a hacerte una visita por tu enfermedad y me llevo más de lo que traigo.
– Eso es discutible – la despedí sonriendo – Tu visita ha sido un instante feliz.
viernes, 29 de enero de 2010
Morrongo ( relato)
La gata de Anita había tenido gatitos, cinco, según decía uno de ellos era precioso pero su madre no le permitía quedárselo, tras convencer a la mía subí a la azotea de la casa de mi amiga y allí estaba. Su tamaño y pelaje blanco y negro contrastaba con el resto de la camada, mucho más pequeños y claros.
Iba a ser mi primera elección pero una gatita diminuta y feucha llamó mi atención, siempre he sido así, mi muñeca favorita pelona, tuerta y sin un brazo provocaba en las amistades de mi madre que me regalasen otras nuevas para sustituirla, otras que terminaban llenando la pared de mi habitación mientras yo seguía aferrada a mi pequeño deshecho de plástico. Yo la veía hermosa.
Anita con asombro no podía entender que fuese a dejar el gato por la otra, decidí arriesgarme con los dos.
Para convencer a mi progenitora usé la estrategia, coloqué sobre la mesa el precioso minino. Bastaron unos segundos para entusiasmarse con él. Llevaba un rato haciéndole mimos y fiestas cuando saqué la gatita. La negativa de mamá fue rotunda, había dicho que sólo uno. Asentí con la cabeza y le dije que devolvería el gato a mi amiga. Intentó convencerme pero aduje que el gato iba a ser mío y la elección también. Me quedaba la gata.
- Pero si parece vomitada hija y el gato es tan lindo.
- Me quedo la gata - insistí.
Nada como conocer la psicología de quien te ha traído al mundo. A mí siempre me fue muy útil. Por supuesto nos quedamos los dos.
En principio le llamé Pandy. Parecía un oso panda con su pelo largo y espeso y los colores y su distribución eran similares. El nombre no le duró ni un mes, mi madre tomó posesión de la criatura y comenzó a llamarle Morrongo y el elegido por mí pasó al olvido.
A medida que crecía, Morrongo se convirtió en la delicia de la casa por su encanto y sus gracias, mamá batía palmas y le daba grititos como si de un bebé se tratase. Su extraordinario tamaño no fue sólo al nacer, era un gato inmenso, anormalmente grande. La veterinaria incluso preguntó por el tamaño del padre, era la primera vez que veía un gato doméstico de esas dimensiones.
Con el tiempo, la gracia y el protagonismo de Morrongo no disminuyó, pese a ser adulto continuaba haciendo piruetas, volteretas y a erguirse sobre dos patas para hacer reír a mi madre y siempre usaba sus trucos para conseguir comida extra durante nuestras comidas. Era la debilidad de mi madre y el indiscutible protagonista de la casa.
La casa, personaje secundario de esta historia. Era un inmueble de primeros de siglo. Siempre sucedieron cosas extrañas, desde que era pequeña pero ha medida que fuí creciendo aumentó la actividad y los sucesos raros.
Aprendimos a convivir con aquello pero cuando Morrongo tenía ocho años algo cambió. Coincidió con la muerte de un vecino, ya no eran solo cosas extrañas, era la sensación de algo malo. Vivíamos con el temor sin hablarlo entre nosotras, ninguna comentaba nada, como si ese pacto de silencio pudiese conjurar lo que nos rodeaba. Una forma de quitarle importancia, de hacerlo soportable.
Esa navidad, como siempre me tocó hacer la cena de nochebuena. Los delicatessen eran asunto mío desde que a los doce años se me ocurrió improvisar una receta y salió bien. A partir de ahí, mamá decidió que los especiales eran para mí.
Preparé solomillo relleno, atado con cordón. Cuando dos días después mamá nos avisó que Morrongo esta enfermo, sospechamos que quizá lo había sacado de la basura y podía tenerlo enredado en el instestino. La veterinaria lo descartó tras una radiografia. Le hizo todo tipo de pruebas pero no daba con el mal que aquejaba al gato. Día tras día permanecía acurrucado en su cesta negándose a tomar nada. Hubo que pasar al suero para alimentarlo. Perdió peso, su cabeza que antes apenas podías abarcar con las manos parecía más pequeña. Quince días después, Morrongo no parecía ni la sombra de sí mismo. Volvimos al veterinario y dijo que era mejor sacrificarle, no sabía que tenía pero estaba claro que se moría sin remedio. Mamá dijo que no, aún podía ponerse bien y si tenía que morir le cuidaríamos hasta ese momento.
Le pinchaba suero subcutáneo tres veces al día. Para aliviarle la tiritera mamá le envolvía una bolsa de agua caliente en una toalla.
Cambiando los papeles porque se lo hacia todo encima, al ver su cabeza lasa y caída me negué a pincharle más suero. Morrongo se moría y había que aceptarlo.
Todas estábamos convencidas que sin suero no pasaría de esa noche.
A las ocho de la mañana del domingo los gritos de mi madre llamándonos nos hizo saltar de la cama. Di por sentado que se trataba de la muerte de Morrongo aunque no comprendía porque un hecho esperado causaba tanta premura en su voz. Mi hermana desde su habitación y yo desde la mía acudimos a la salita y asistimos atónitas a un espectáculo increíble. Morrongo arrastrándose intentaba llegar al comedero de la cocina, mamá se lo acercó y el gato comenzó a comer.
A partir de ese momento se puede decir que no hacia otra cosa. Mi madre para acelerar su milagrosa curación como la denominó la veterinaria la cebaba como a un pavo. Morrongo se recuperaba día a día. Veinticinco días después volvía a tener su peso y a lucir su pelo lustroso.
Volvió a sus gracias, sus volteretas por el pasillo. Mientras mi hermana reía con una de esas dijo que volvía a ser el de siempre, al ver la mueca que hice preguntó porque. Comenté que no sabía decir porque pero en Morrongo algo había cambiado. En algunos momentos en su mirada había algo, algo que me inquietaba. Mi madre al oírme dijo que era lógico, había estado al borde de la muerte y mi inquietud era solo producto de lo extraordinario de su curación. La veterinaria tampoco podía entenderlo.
El último día de febrero estábamos viendo una película con cada una de nosatras sentada en su sitio. En casa cada una tenía su asiento y su lugar. Mamá su sillón antiguo de orejas, mi hermana el sillón ancho con respaldo curvo y yo mi mecedera en el rincón. Sus parejas se encontraban en el salón que apenas se usaba al otro lado del pasillo. Toda esta mezcolanza se apiñaba en la pequeña salita de estar frente al televisor.
Vi como Morrongo saltaba al respaldo de mi madre, pasó por el de mi hermana hasta situarse en el de mi mecedora. No era extraño, algo que había visto durante años, incluso echarse a dormir en el respaldo curvo del sillón de mi hermana.
Esa noche noté algo raro, al colocarse en el mío me tensé, no sabría decir porque fui levantándome despacio e intenté alejarme, no tuve tiempo, Morrongo me saltó a la espalda atacándome con furia ciega, el hecho de estar encorvada evitó que me alcanzará el cuello, recibí tres mordiscos en el hombro y varios arañazos hasta que pudo reaccionar mi madre quitándolo de mi espalda y arrojándolo hasta la puerta de la cocina.
No podíamos dar crédito a la imagen que siguió. Morrongo inflado nos miraba amenazante con la boca abierta enseñando los dientes al tiempo que lanzaba aullidos espeluznantes. He tenido gatos toda mi vida, en la calle o en la azotea era frecuente oirles durante el celo o en peleas pero el sonido que salía de esa garganta, palabra, no lo había oído nunca. Los que habían sido unos preciosos ojos verdes, en esa cosa terrorífica eran de un amarillo ambarino.
Temblando y sin entender nada retrocedimos hasta el pasillo y cerramos la puerta. La trabamos con una silla, no tenía llave y sabíamos que Morrongo la había abierto muchas veces erguido sobre dos patas. En efecto, poco después veíamos su figura a través del cristal de roca y el movimiento de la manivela.
Refugiadas en el dormitorio de mi madre atendió mis heridas, tanto mi hermana como ella dijeron que había que acudir al hospital, además de los tres mordiscos tenías seis arañazos profundos. Las convencí de que eso era secundario, el problema era que hacíamos con el gato, mamá no dejaba de preguntarse que le había pasado.
- Ese no es Morrongo - dijo de pronto mi hermana - él murio esa noche, algo se apoderó de su cuerpo, algo de lo que hay en esta casa - se volvió hacia mí para añadir - Llevas semanas diciendo que le ves algo raro, algo inquietante en la mirada. Por eso te ha atacado a tí, eres la única que se ha dado cuenta.
Mamá dijo que eso eran tonterias, yo no supe que responder pero en ese momento recordé que las dos gatas que taníamos se habían quedado encerradas con el monstruo en el que se había convertido nuestro gato.
Había que ir a buscarlas, mamá armada con un látigo rígido de los usados para los toros, recuerdo de un viaje a Extremadura y yo con un bate de beisbol de mi hermana mientras ella vigilaba la puerta nos aventuramos al interior de la salita. Fue mi madre la que le hizo retroceder y lo arrinconó en la cocina, por desgracia comunicada sin puerta con la salita y lo mantuvo allí hasta que localicé a las gatas. Una vez fuera discutimos que hacer, llamar a la policía suponia que se liasen a tiros con el gato apenas viesen el tamaño y las condiciones en que estaba, o sea, un escándalo. Si hay algo que mi madre podía temer más que el animal que seguía aullando intentándo abrir la puerta, era un escándalo a la una de la madrugada. Decidimos esperar al día siguiente y llamar al ayuntamiento. Esa noche me acosté con mi hermana aunque nadie pegó ojo. Los aullidos siguieron hasta las tres y media, después silencio.
A las cinco mi hermana se quedó vencida y a las siete cuando oí a mamá levantarse, salté de la cama. Iba a darse un baño y advirtió que no se me ocurriera abrir la puerta.
No pude evitarlo, sentía curiosidad. Quité la silla y despacio abrí una rendija de la puerta, allí frente a mi, en el sillón de orejas Morrongo levantó la cabeza con su mirada verde bondadosa y maulló a modo de saludo. Entré despacio y él con suavidad saltó al suelo y comenzó a restregarse por mis piernas.
Fui hasta la despensa a por el trasporte con el gato tras mis pasos, abrí la puerta y le insté a entrar. Lo hizo sin resistencia. Mamá salía en ese momento del baño me miró con interrogante sorpresa.
- Esta mañana es él. Ha entrado solo.
Le llevamos a la veterinaria. Con los ojos arrasados le vimos dormirse en segundos. Agradecimos que nos pidiera el cuerpo, no hubíeramos sabido que hacer con él. Quería enviarlo a la facultad de veterinaria para una autopsia y para investigación de ese extraordinario tamaño.
La espalda me dolía horrores. Nos acercamos a urgencias. Al mostrarla quedaron sorprendidos por la profundidad de las heridas, ahora inflamadas.
- ¿ Un gato dice? - respondió el médico - Pero ¿ Qué tenían en casa?
Los resultados de la autopsia llegaron unos meses después, decía que sus órganos estaban sanos y no encontaban explicación a la enfermedad ni al comportamiento posterior.
Iba a ser mi primera elección pero una gatita diminuta y feucha llamó mi atención, siempre he sido así, mi muñeca favorita pelona, tuerta y sin un brazo provocaba en las amistades de mi madre que me regalasen otras nuevas para sustituirla, otras que terminaban llenando la pared de mi habitación mientras yo seguía aferrada a mi pequeño deshecho de plástico. Yo la veía hermosa.
Anita con asombro no podía entender que fuese a dejar el gato por la otra, decidí arriesgarme con los dos.
Para convencer a mi progenitora usé la estrategia, coloqué sobre la mesa el precioso minino. Bastaron unos segundos para entusiasmarse con él. Llevaba un rato haciéndole mimos y fiestas cuando saqué la gatita. La negativa de mamá fue rotunda, había dicho que sólo uno. Asentí con la cabeza y le dije que devolvería el gato a mi amiga. Intentó convencerme pero aduje que el gato iba a ser mío y la elección también. Me quedaba la gata.
- Pero si parece vomitada hija y el gato es tan lindo.
- Me quedo la gata - insistí.
Nada como conocer la psicología de quien te ha traído al mundo. A mí siempre me fue muy útil. Por supuesto nos quedamos los dos.
En principio le llamé Pandy. Parecía un oso panda con su pelo largo y espeso y los colores y su distribución eran similares. El nombre no le duró ni un mes, mi madre tomó posesión de la criatura y comenzó a llamarle Morrongo y el elegido por mí pasó al olvido.
A medida que crecía, Morrongo se convirtió en la delicia de la casa por su encanto y sus gracias, mamá batía palmas y le daba grititos como si de un bebé se tratase. Su extraordinario tamaño no fue sólo al nacer, era un gato inmenso, anormalmente grande. La veterinaria incluso preguntó por el tamaño del padre, era la primera vez que veía un gato doméstico de esas dimensiones.
Con el tiempo, la gracia y el protagonismo de Morrongo no disminuyó, pese a ser adulto continuaba haciendo piruetas, volteretas y a erguirse sobre dos patas para hacer reír a mi madre y siempre usaba sus trucos para conseguir comida extra durante nuestras comidas. Era la debilidad de mi madre y el indiscutible protagonista de la casa.
La casa, personaje secundario de esta historia. Era un inmueble de primeros de siglo. Siempre sucedieron cosas extrañas, desde que era pequeña pero ha medida que fuí creciendo aumentó la actividad y los sucesos raros.
Aprendimos a convivir con aquello pero cuando Morrongo tenía ocho años algo cambió. Coincidió con la muerte de un vecino, ya no eran solo cosas extrañas, era la sensación de algo malo. Vivíamos con el temor sin hablarlo entre nosotras, ninguna comentaba nada, como si ese pacto de silencio pudiese conjurar lo que nos rodeaba. Una forma de quitarle importancia, de hacerlo soportable.
Esa navidad, como siempre me tocó hacer la cena de nochebuena. Los delicatessen eran asunto mío desde que a los doce años se me ocurrió improvisar una receta y salió bien. A partir de ahí, mamá decidió que los especiales eran para mí.
Preparé solomillo relleno, atado con cordón. Cuando dos días después mamá nos avisó que Morrongo esta enfermo, sospechamos que quizá lo había sacado de la basura y podía tenerlo enredado en el instestino. La veterinaria lo descartó tras una radiografia. Le hizo todo tipo de pruebas pero no daba con el mal que aquejaba al gato. Día tras día permanecía acurrucado en su cesta negándose a tomar nada. Hubo que pasar al suero para alimentarlo. Perdió peso, su cabeza que antes apenas podías abarcar con las manos parecía más pequeña. Quince días después, Morrongo no parecía ni la sombra de sí mismo. Volvimos al veterinario y dijo que era mejor sacrificarle, no sabía que tenía pero estaba claro que se moría sin remedio. Mamá dijo que no, aún podía ponerse bien y si tenía que morir le cuidaríamos hasta ese momento.
Le pinchaba suero subcutáneo tres veces al día. Para aliviarle la tiritera mamá le envolvía una bolsa de agua caliente en una toalla.
Cambiando los papeles porque se lo hacia todo encima, al ver su cabeza lasa y caída me negué a pincharle más suero. Morrongo se moría y había que aceptarlo.
Todas estábamos convencidas que sin suero no pasaría de esa noche.
A las ocho de la mañana del domingo los gritos de mi madre llamándonos nos hizo saltar de la cama. Di por sentado que se trataba de la muerte de Morrongo aunque no comprendía porque un hecho esperado causaba tanta premura en su voz. Mi hermana desde su habitación y yo desde la mía acudimos a la salita y asistimos atónitas a un espectáculo increíble. Morrongo arrastrándose intentaba llegar al comedero de la cocina, mamá se lo acercó y el gato comenzó a comer.
A partir de ese momento se puede decir que no hacia otra cosa. Mi madre para acelerar su milagrosa curación como la denominó la veterinaria la cebaba como a un pavo. Morrongo se recuperaba día a día. Veinticinco días después volvía a tener su peso y a lucir su pelo lustroso.
Volvió a sus gracias, sus volteretas por el pasillo. Mientras mi hermana reía con una de esas dijo que volvía a ser el de siempre, al ver la mueca que hice preguntó porque. Comenté que no sabía decir porque pero en Morrongo algo había cambiado. En algunos momentos en su mirada había algo, algo que me inquietaba. Mi madre al oírme dijo que era lógico, había estado al borde de la muerte y mi inquietud era solo producto de lo extraordinario de su curación. La veterinaria tampoco podía entenderlo.
El último día de febrero estábamos viendo una película con cada una de nosatras sentada en su sitio. En casa cada una tenía su asiento y su lugar. Mamá su sillón antiguo de orejas, mi hermana el sillón ancho con respaldo curvo y yo mi mecedera en el rincón. Sus parejas se encontraban en el salón que apenas se usaba al otro lado del pasillo. Toda esta mezcolanza se apiñaba en la pequeña salita de estar frente al televisor.
Vi como Morrongo saltaba al respaldo de mi madre, pasó por el de mi hermana hasta situarse en el de mi mecedora. No era extraño, algo que había visto durante años, incluso echarse a dormir en el respaldo curvo del sillón de mi hermana.
Esa noche noté algo raro, al colocarse en el mío me tensé, no sabría decir porque fui levantándome despacio e intenté alejarme, no tuve tiempo, Morrongo me saltó a la espalda atacándome con furia ciega, el hecho de estar encorvada evitó que me alcanzará el cuello, recibí tres mordiscos en el hombro y varios arañazos hasta que pudo reaccionar mi madre quitándolo de mi espalda y arrojándolo hasta la puerta de la cocina.
No podíamos dar crédito a la imagen que siguió. Morrongo inflado nos miraba amenazante con la boca abierta enseñando los dientes al tiempo que lanzaba aullidos espeluznantes. He tenido gatos toda mi vida, en la calle o en la azotea era frecuente oirles durante el celo o en peleas pero el sonido que salía de esa garganta, palabra, no lo había oído nunca. Los que habían sido unos preciosos ojos verdes, en esa cosa terrorífica eran de un amarillo ambarino.
Temblando y sin entender nada retrocedimos hasta el pasillo y cerramos la puerta. La trabamos con una silla, no tenía llave y sabíamos que Morrongo la había abierto muchas veces erguido sobre dos patas. En efecto, poco después veíamos su figura a través del cristal de roca y el movimiento de la manivela.
Refugiadas en el dormitorio de mi madre atendió mis heridas, tanto mi hermana como ella dijeron que había que acudir al hospital, además de los tres mordiscos tenías seis arañazos profundos. Las convencí de que eso era secundario, el problema era que hacíamos con el gato, mamá no dejaba de preguntarse que le había pasado.
- Ese no es Morrongo - dijo de pronto mi hermana - él murio esa noche, algo se apoderó de su cuerpo, algo de lo que hay en esta casa - se volvió hacia mí para añadir - Llevas semanas diciendo que le ves algo raro, algo inquietante en la mirada. Por eso te ha atacado a tí, eres la única que se ha dado cuenta.
Mamá dijo que eso eran tonterias, yo no supe que responder pero en ese momento recordé que las dos gatas que taníamos se habían quedado encerradas con el monstruo en el que se había convertido nuestro gato.
Había que ir a buscarlas, mamá armada con un látigo rígido de los usados para los toros, recuerdo de un viaje a Extremadura y yo con un bate de beisbol de mi hermana mientras ella vigilaba la puerta nos aventuramos al interior de la salita. Fue mi madre la que le hizo retroceder y lo arrinconó en la cocina, por desgracia comunicada sin puerta con la salita y lo mantuvo allí hasta que localicé a las gatas. Una vez fuera discutimos que hacer, llamar a la policía suponia que se liasen a tiros con el gato apenas viesen el tamaño y las condiciones en que estaba, o sea, un escándalo. Si hay algo que mi madre podía temer más que el animal que seguía aullando intentándo abrir la puerta, era un escándalo a la una de la madrugada. Decidimos esperar al día siguiente y llamar al ayuntamiento. Esa noche me acosté con mi hermana aunque nadie pegó ojo. Los aullidos siguieron hasta las tres y media, después silencio.
A las cinco mi hermana se quedó vencida y a las siete cuando oí a mamá levantarse, salté de la cama. Iba a darse un baño y advirtió que no se me ocurriera abrir la puerta.
No pude evitarlo, sentía curiosidad. Quité la silla y despacio abrí una rendija de la puerta, allí frente a mi, en el sillón de orejas Morrongo levantó la cabeza con su mirada verde bondadosa y maulló a modo de saludo. Entré despacio y él con suavidad saltó al suelo y comenzó a restregarse por mis piernas.
Fui hasta la despensa a por el trasporte con el gato tras mis pasos, abrí la puerta y le insté a entrar. Lo hizo sin resistencia. Mamá salía en ese momento del baño me miró con interrogante sorpresa.
- Esta mañana es él. Ha entrado solo.
Le llevamos a la veterinaria. Con los ojos arrasados le vimos dormirse en segundos. Agradecimos que nos pidiera el cuerpo, no hubíeramos sabido que hacer con él. Quería enviarlo a la facultad de veterinaria para una autopsia y para investigación de ese extraordinario tamaño.
La espalda me dolía horrores. Nos acercamos a urgencias. Al mostrarla quedaron sorprendidos por la profundidad de las heridas, ahora inflamadas.
- ¿ Un gato dice? - respondió el médico - Pero ¿ Qué tenían en casa?
Los resultados de la autopsia llegaron unos meses después, decía que sus órganos estaban sanos y no encontaban explicación a la enfermedad ni al comportamiento posterior.
lunes, 30 de noviembre de 2009
El abuelo.
El abuelo
Mis recuerdos son de cuando ya se había quedado ciego, sentado en su mecedora con una radio de los cincuenta en una repisa sobre su cabeza. Murió cuando yo era adolescente pero la imagen que perdura grabada en mi memoria es de más pequeña, cuando con cinco o seis años me acercaba y le daba un beso.
- Siéntate aquí niña – decía señalándome el escabel.
Me sentaba y él no decía nada, permanecía quieta mirándole a veces, compartiendo su silencio mientras me acariciaba con lentitud la cabeza. Captaba en ese gesto mudo que quería trasmitirme algo, era capaz de percibir aún en mi corta edad la transcendencia de ese silencio, hasta que mi impaciencia infantil me obligaba a pedir con voz tímida.
- ¿ Puedo marcharme ya abuelo?.
- Claro niña, vete a jugar.
Fue después de su muerte cuando conocí su historia, mi historia. El abuelo había sido un rojo, luchó en el bando republicano. Fue prisionero y estuvo en la lista del paredón y se libró en la víspera por un indulto franquista. Mi abuelo fue de los que perdió la guerra.
Mucho me hizo pensar su historia y mas que ella su silencio, me costó entender porque no me la legó antes, porque no pude tener la oportunidad de preguntar y obtener de viva voz un relato de los acontecimientos y fue ahí cuando comprendí que trasmitía ese silencio.
Había sido un legado de generosidad, de ausencia de egoísmo. Las guerras no terminan si se trasmiten, entran en un aletargamiento pero el germen sigue vivo. Me dejó crecer con la mente limpia, no mamé el resentimiento, ni la rabia, ni la ira del vencido. Cercó el dolor de la derrota en él, el vivir diario de la revancha de los ganadores, sus reiteradas noches en el cuartelillo a lo largo de los años cuando su boca rebelde saltaba a la provocación.
Firmó el armisticio sin cierres falsos, cuando algún familiar en mi presencia comenzaba el tema y él zanjaba lacónico.
- Eso no es asunto que convenga hablar.
Renunció a legarme su sentir duro y penoso, quizá para que yo, como hoy en una tarde de septiembre contemple desde mi ventana, mientras miro los árboles mecidos por el viento fresco y seco que huele a otoño, medite silenciosa, como él.
Quizá porque quiso que entendiera con la distancia del no ha padecido que las ideas de uno u otro bando que terminan en una contiendan dejan de ser tales, para convertirse en el jinete pálido, asolador de inocencias y vidas que arrastra a la locura colectiva, donde las bases que sustentaban éstas quedan entenebrecidas para desatar venenos e instintos ancestrales que estaban encarcelados por el razonamiento.
Quizá para que comprendiera que una guerra justificada o no, cuando termina, termina y solo debe quedar la memoria de la enseñanza para no repetirla.
Quizá para que yo, ahora odie como odio todo tipo de violencia ya sea física, verbal o psíquica.
Quizá para indicarme que todas mis ideas, toda la fuerza de mis palabras deben ir encauzadas al consenso y al entendimiento entre los hombres.
Para convertirme en una mujer de paz con los esfuerzos que ello imponga.
Para que razone en toda su profundidad que si alguna vez me uno a una guerra, él sería derrotado de nuevo y vano su sacrificio.
El abuelo no me dejó herencia económica alguna, que esa como derrotado se perdió en la contienda pero me donó la incalculable riqueza del mensaje mudo de su silencio. Puedo imaginar su voz cadenciosa y breve mientras acariciaba mis trenzas.
- Fue mi guerra niña, no tu guerra.
Por la memoria, por su memoria, por mi abuelo.
Mis recuerdos son de cuando ya se había quedado ciego, sentado en su mecedora con una radio de los cincuenta en una repisa sobre su cabeza. Murió cuando yo era adolescente pero la imagen que perdura grabada en mi memoria es de más pequeña, cuando con cinco o seis años me acercaba y le daba un beso.
- Siéntate aquí niña – decía señalándome el escabel.
Me sentaba y él no decía nada, permanecía quieta mirándole a veces, compartiendo su silencio mientras me acariciaba con lentitud la cabeza. Captaba en ese gesto mudo que quería trasmitirme algo, era capaz de percibir aún en mi corta edad la transcendencia de ese silencio, hasta que mi impaciencia infantil me obligaba a pedir con voz tímida.
- ¿ Puedo marcharme ya abuelo?.
- Claro niña, vete a jugar.
Fue después de su muerte cuando conocí su historia, mi historia. El abuelo había sido un rojo, luchó en el bando republicano. Fue prisionero y estuvo en la lista del paredón y se libró en la víspera por un indulto franquista. Mi abuelo fue de los que perdió la guerra.
Mucho me hizo pensar su historia y mas que ella su silencio, me costó entender porque no me la legó antes, porque no pude tener la oportunidad de preguntar y obtener de viva voz un relato de los acontecimientos y fue ahí cuando comprendí que trasmitía ese silencio.
Había sido un legado de generosidad, de ausencia de egoísmo. Las guerras no terminan si se trasmiten, entran en un aletargamiento pero el germen sigue vivo. Me dejó crecer con la mente limpia, no mamé el resentimiento, ni la rabia, ni la ira del vencido. Cercó el dolor de la derrota en él, el vivir diario de la revancha de los ganadores, sus reiteradas noches en el cuartelillo a lo largo de los años cuando su boca rebelde saltaba a la provocación.
Firmó el armisticio sin cierres falsos, cuando algún familiar en mi presencia comenzaba el tema y él zanjaba lacónico.
- Eso no es asunto que convenga hablar.
Renunció a legarme su sentir duro y penoso, quizá para que yo, como hoy en una tarde de septiembre contemple desde mi ventana, mientras miro los árboles mecidos por el viento fresco y seco que huele a otoño, medite silenciosa, como él.
Quizá porque quiso que entendiera con la distancia del no ha padecido que las ideas de uno u otro bando que terminan en una contiendan dejan de ser tales, para convertirse en el jinete pálido, asolador de inocencias y vidas que arrastra a la locura colectiva, donde las bases que sustentaban éstas quedan entenebrecidas para desatar venenos e instintos ancestrales que estaban encarcelados por el razonamiento.
Quizá para que comprendiera que una guerra justificada o no, cuando termina, termina y solo debe quedar la memoria de la enseñanza para no repetirla.
Quizá para que yo, ahora odie como odio todo tipo de violencia ya sea física, verbal o psíquica.
Quizá para indicarme que todas mis ideas, toda la fuerza de mis palabras deben ir encauzadas al consenso y al entendimiento entre los hombres.
Para convertirme en una mujer de paz con los esfuerzos que ello imponga.
Para que razone en toda su profundidad que si alguna vez me uno a una guerra, él sería derrotado de nuevo y vano su sacrificio.
El abuelo no me dejó herencia económica alguna, que esa como derrotado se perdió en la contienda pero me donó la incalculable riqueza del mensaje mudo de su silencio. Puedo imaginar su voz cadenciosa y breve mientras acariciaba mis trenzas.
- Fue mi guerra niña, no tu guerra.
Por la memoria, por su memoria, por mi abuelo.
miércoles, 8 de julio de 2009
jueves, 23 de abril de 2009
La esperanza de Awii
Nala alzó la mano para despedir a Awii subido en el destartalado autobús que cada mañana le conducía a la escuela de la misión.
Volvió sobre sus pasos hacia la vieja cabaña, quedó parada unos instantes y pensó que necesitaba arreglos urgentes, las paredes amenazaban desmoronarse.
Mientras se afanaba en la limpieza no podía dejar de pensar en la conversación de Awii durante el desayuno, un vaso de leche recién ordeñado de la única cabra que poseían, donación de una ONG y un trozo de pan sin fermentar.
Todas sus posesiones se limitaban a esa cabra y a lo poco que ganaba con la venta de la leche, eso y el reparto de víveres que de vez en cuando aportaba la ONU, pero Nala estaba contenta, otros estaban peor.
Le preocupaba Awii, era la única familia que le quedaba. Su marido y su hijo mayor fueron alistados a la fuerza hacia cinco años y habían muerto.
Sejé, su hijo de quince años salió hacia tres buscando un futuro hacia el Norte, hacia la tierra de la abundancia.
Tres meses atrás, uno de los amigos que se fue con él volvió. Él consiguió sobrevivir a la travesía pero fue deportado. Vio hundirse en el agua a Sejé intentando alcanzar la costa.
Nala no quería más desgracias y se aferraba al pequeño Awii temiendo que pudiera seguir los pasos de su hermano.
Esos sueños no eran buenos. Apartó las dos únicas sillas que costituían su mobiliario para pasar la escoba sin dejar de pensar en el último que le había relatado Awii esa mañana. Se veía volando sobre un inmenso campo de trigo verde, más allá frutales en flor y a lo lejos una casa acogedora de blanca fachada.
- Son solo sueños Awii - volvió a repetirle como cada vez que le contaba una de sus fantasías.
Nala lamentaba intentar refrenar la imaginación de su pequeño de ocho años, pero le angustiaba la idea de que más adelante quisiera seguir los pasos de Sejé. El contenido de los sueños de su hijo solo podía encontrarse al norte, al otro lado del mar y las ilusiones oníricas podían terminar lanzándole a él también a la desesperada escapada de la realidad que tenían.
Vakaga situada entre Chad y Sudán soportaba la entrada de refugiados complicando aún más la situación, pero Nala, con todo se consideraba afortunada pese a la escasez, Awii podía acudir a la escuela de la misión y varias organizaciones operaban en la zona.
Era importante que Awii supiese leer y escribir. Si adquiría estudios podía tener una oportunidad en el futuro de la República Centroafricana. Sabía de la desesperación de otros. Ellos al menos, subsistían.
- No son sueños, mami - le explicó Awii mientras mordisqueaba el pan - Descendí hasta el campo y arranqué varias espigas verdes junto con flores para ti.
- Debes quitarte Europa de la cabeza, tu hermano murió intentando alcanzar ese sueño - le regañó severa.
- Pero no era Europa - le había explicado con una amplia sonrisa su hijo - Era este lugar, reconocí las montañas.
- Acaba la leche, el autobús está a punto de llegar.
Terminó la limpieza de la pequeña pieza que hacía las veces de comedor y cocina y alzó la cortina que lo separaba del compartimento donde dormía Awii, levantó la colcha con intención de estirarla y un escalofrío la recorrió la espalda, temblorosa alargó la mano y levantó sin popder ceer lo que veía el ramillete que formaban varias espigas de trigo verde junto a flores silvestres.
Mariant Iberi.
Volvió sobre sus pasos hacia la vieja cabaña, quedó parada unos instantes y pensó que necesitaba arreglos urgentes, las paredes amenazaban desmoronarse.
Mientras se afanaba en la limpieza no podía dejar de pensar en la conversación de Awii durante el desayuno, un vaso de leche recién ordeñado de la única cabra que poseían, donación de una ONG y un trozo de pan sin fermentar.
Todas sus posesiones se limitaban a esa cabra y a lo poco que ganaba con la venta de la leche, eso y el reparto de víveres que de vez en cuando aportaba la ONU, pero Nala estaba contenta, otros estaban peor.
Le preocupaba Awii, era la única familia que le quedaba. Su marido y su hijo mayor fueron alistados a la fuerza hacia cinco años y habían muerto.
Sejé, su hijo de quince años salió hacia tres buscando un futuro hacia el Norte, hacia la tierra de la abundancia.
Tres meses atrás, uno de los amigos que se fue con él volvió. Él consiguió sobrevivir a la travesía pero fue deportado. Vio hundirse en el agua a Sejé intentando alcanzar la costa.
Nala no quería más desgracias y se aferraba al pequeño Awii temiendo que pudiera seguir los pasos de su hermano.
Esos sueños no eran buenos. Apartó las dos únicas sillas que costituían su mobiliario para pasar la escoba sin dejar de pensar en el último que le había relatado Awii esa mañana. Se veía volando sobre un inmenso campo de trigo verde, más allá frutales en flor y a lo lejos una casa acogedora de blanca fachada.
- Son solo sueños Awii - volvió a repetirle como cada vez que le contaba una de sus fantasías.
Nala lamentaba intentar refrenar la imaginación de su pequeño de ocho años, pero le angustiaba la idea de que más adelante quisiera seguir los pasos de Sejé. El contenido de los sueños de su hijo solo podía encontrarse al norte, al otro lado del mar y las ilusiones oníricas podían terminar lanzándole a él también a la desesperada escapada de la realidad que tenían.
Vakaga situada entre Chad y Sudán soportaba la entrada de refugiados complicando aún más la situación, pero Nala, con todo se consideraba afortunada pese a la escasez, Awii podía acudir a la escuela de la misión y varias organizaciones operaban en la zona.
Era importante que Awii supiese leer y escribir. Si adquiría estudios podía tener una oportunidad en el futuro de la República Centroafricana. Sabía de la desesperación de otros. Ellos al menos, subsistían.
- No son sueños, mami - le explicó Awii mientras mordisqueaba el pan - Descendí hasta el campo y arranqué varias espigas verdes junto con flores para ti.
- Debes quitarte Europa de la cabeza, tu hermano murió intentando alcanzar ese sueño - le regañó severa.
- Pero no era Europa - le había explicado con una amplia sonrisa su hijo - Era este lugar, reconocí las montañas.
- Acaba la leche, el autobús está a punto de llegar.
Terminó la limpieza de la pequeña pieza que hacía las veces de comedor y cocina y alzó la cortina que lo separaba del compartimento donde dormía Awii, levantó la colcha con intención de estirarla y un escalofrío la recorrió la espalda, temblorosa alargó la mano y levantó sin popder ceer lo que veía el ramillete que formaban varias espigas de trigo verde junto a flores silvestres.
Mariant Iberi.
jueves, 26 de marzo de 2009
HORA DEL PLANETA 28M 2O:30
- APAGA LA LUZ UNA HORA CONTRA EL CALENTAMIENTO GLOBAL
- ¡¡¡UNETE DIFUNDIENDOLO!!!
- ICIATIVA DE WWF, EN 2007, UNA CIUDAD Y SEGUIMIENTO MASIVO.
- 2008, 35 PAISES Y MÁS DE 50 MILLONES APAGARON LA LUZ
- 2009, TIENEN QUE SER MAS.
- TOMALO COMO UN RETO PERSONAL
- USA TU PEQUEÑA AREA DE INFLUENCIA, BLOG, E-MAIL, SMS
- ¡¡¡ PASALO!!!
sábado, 14 de febrero de 2009
Un extraño sueño.
Un paisaje devastado. Es de noche y hasta donde alcanza la vista solo destrucción. De pronto, surgen dos torres con flourescencias azules, una más alta que la otra.
Intento llegar a ellas, sé que me acechan, algo gigantesco me persigue aunque no pueda verlo. Animales salvajes me salen al paso y consigo llegar a una hondonada del terreno.
Hablo con el viejo, le informo y sigo el avance. La tierra es blanda y tiene una grieta profunda, llego hasta el hombre que amo pero no consigo distinguir su rostro.
La casa está inundada de luz, todo aparece en orden, en su interior los niños estan bien, no hay ralación con la devastación externa, me asomo a la puerta, cuesta creer que estoy en el mismo lugar pero es cierto, fuera solo la oscuridad y a lo lejos las ruinas que he atravesado.
Intento llegar a ellas, sé que me acechan, algo gigantesco me persigue aunque no pueda verlo. Animales salvajes me salen al paso y consigo llegar a una hondonada del terreno.
Hablo con el viejo, le informo y sigo el avance. La tierra es blanda y tiene una grieta profunda, llego hasta el hombre que amo pero no consigo distinguir su rostro.
La casa está inundada de luz, todo aparece en orden, en su interior los niños estan bien, no hay ralación con la devastación externa, me asomo a la puerta, cuesta creer que estoy en el mismo lugar pero es cierto, fuera solo la oscuridad y a lo lejos las ruinas que he atravesado.
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