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domingo, 28 de marzo de 2010

Carta abierta a Elisa

Perdida, agotada en la rutina que ahoga, que te corta el aire en la garganta y las lágrimas secas en hastío sin fuerzas para brotar, niegan el consuelo de ser vertidas buscando un escape, un mísero consuelo.



Insultos solapados unos a otros, cada día. Duelen las palabras aunque no broten grabadas en la memoria por repetidas.


Asquean sus disculpas, sus palabras de amor ofenden más que su violencia.


Son heridas que se suman a las otras, tan reiteradas, sin tiempo para cicatrizar.


El juego de poder, de propiedad sumisa donde nada vale ya, si hablas golpes, si callas golpes. Cuando toca, toca.


Ya has caído, ni súplicas, ni arrastrarte te pone a salvo. Tu no puedes más y él no conoce límites.


Tu relato me araña el alma por angustioso y opresivo.

¿ Que te digo?


Si aún ahora que has tenido la fuerza de hablar, rota la tiranía del silencio intentas justificar sus mezquindad, su alma pobre llagada de pura maldad.


Te aisló para someterte, te cercó haciéndote dependiente. Te dejó inerte ante sus vejaciones, sin metas, sin rumbo. A la deriva está tu vida.


Me ofende como mujer que argumentes. Mal, muy mal estas si me das razones. Ha esclavizado tu espíritu, pero si lo estas contando has tocado fondo e inconsciente pides ayuda.


Ya solo queda una salida.


¿ Porqué dices que si te marchas vas a perder tu vida?


¿De qué vida hablas?


¿Qué tendrás?


Noches sin miedo, calma en los días hasta que sanen tus heridas. Volver a encontrarte. Respirar sin terror sin contar los minutos en que se abrirá la puerta, dejar de rezar para que hoy venga bien. Dejar de entregar tu preciado amor al enemigo.
Expandir tus pulmones hasta que duelan de libertad. Recuperar la risa, la alegría amable del transcurrir de las horas con la ausencia de la agonía.


Abre la puerta y sal fuera.


Da portazo al infierno.


No hay nada que perder, ya no hay nada.

Mariant Iberi

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