Nala alzó la mano para despedir a Awii subido en el
destartalado autobús que cada mañana le conducía a la escuela de la misión.
Volvió sobre sus pasos hacia la vieja cabaña, quedó parada
unos instantes y pensó que necesitaba arreglos urgentes, las paredes amenazaban
desmoronarse.
Mientras se afanaba en la limpieza no podía dejar de pensar
en la conversación de Awii durante el desayuno, un vaso de leche recién
ordeñado de la única cabra que poseían, donación de una ONG y un trozo de pan
sin fermentar.
Todas sus posesiones se limitaban a esa cabra y a lo poco
que ganaba con la venta de la leche, eso y el reparto de víveres que de vez en
cuando aportaba la ONU, pero Nala estaba contenta, otros estaban peor.
Le preocupaba Awii, era la única familia que le quedaba. Su
marido y su hijo mayor fueron alistados a la fuerza hacia cinco años y habían
muerto.
Sejé, su hijo de quince años salió hacia tres buscando un
futuro hacia el Norte, hacia la tierra de la abundancia.
Tres meses atrás, uno de los amigos que se fue con él
volvió. Él consiguió sobrevivir a la travesía pero fue deportado. Vio hundirse
en el agua a Sejé intentando alcanzar la costa.
Nala no quería más desgracias y se aferraba al pequeño Awii
temiendo que pudiera seguir los pasos de su hermano.
Esos sueños no eran buenos. Apartó las dos únicas sillas que
costituían su mobiliario para pasar la escoba sin dejar de pensar en el último
que le había relatado Awii esa mañana. Se veía volando sobre un inmenso campo
de trigo verde, más allá frutales en flor y a lo lejos una casa acogedora de
blanca fachada.
- Son solo sueños Awii - volvió a repetirle como cada vez
que le contaba una de sus fantasías.
Nala lamentaba intentar refrenar la imaginación de su
pequeño de ocho años, pero le angustiaba la idea de que más adelante quisiera
seguir los pasos de Sejé. El contenido de los sueños de su hijo solo podía
encontrarse al norte, al otro lado del mar y las ilusiones oníricas podían
terminar lanzándole a él también a la desesperada escapada de la realidad que
tenían.
Vakaga situada entre Chad y Sudán soportaba la entrada de
refugiados complicando aún más la situación, pero Nala, con todo se consideraba
afortunada pese a la escasez, Awii podía acudir a la escuela de la misión y
varias organizaciones operaban en la zona.
Era importante que Awii supiese leer y escribir. Si adquiría
estudios podía tener una oportunidad en el futuro de la República
Centroafricana. Sabía de la desesperación de otros. Ellos al menos, subsistían.
- No son sueños, mami - le explicó Awii mientras
mordisqueaba el pan - Descendí hasta el campo y arranqué varias espigas verdes
junto con flores para ti.
- Debes quitarte Europa de la cabeza, tu hermano murió
intentando alcanzar ese sueño - le regañó severa.
- Pero no era Europa - le había explicado con una amplia
sonrisa su hijo - Era este lugar, reconocí las montañas.
- Acaba la leche, el autobús está a punto de llegar.
Terminó la limpieza de la pequeña pieza que hacía las veces
de comedor y cocina y alzó la cortina que lo separaba del compartimento donde
dormía Awii, levantó la colcha con intención de estirarla y un escalofrío le recorrió la espalda, temblorosa alargó la mano y levantó sin poder ceer lo que
veía, un ramillete formado por varias espigas de trigo verde y flores
silvestres.
Mariant Iberi.